El rugido estremeció el templo, pero no era el alfa aún. Una de las bestias secundarias, más pequeña en comparación con su líder, se adelantó con una ferocidad inhumana. Su pelaje oscuro estaba impregnado de cenizas, y sus ojos brillaban con un odio que parecía casi consciente.
Dracovish se colocó frente a Eliana, desplegando sus alas sombrías. Kael, a su lado, blandió la lanza envuelta en destellos de luz. Por un instante, sus miradas se cruzaron: enemigos naturales que se veían obligados a pelear como hermanos de batalla.
El lobo cargó. Su velocidad superaba cualquier cosa que Eliana hubiera visto. El aire silbó con el embate y las piedras del templo vibraron al contacto de sus garras con el suelo.
—¡Ahora! —rugió Kael.
La lanza trazó un arco cegador, y Dracovish lo complementó con un muro de sombras que envolvió al lobo. La criatura fue frenada en seco, pero no cayó. Con un bramido gutural, desgarró las tinieblas de Dracovish como si fueran papel y lanzó a Kael hacia atrás con un z