El sonido de las pesadas puertas cerrándose detrás de ella retumbó en el vestíbulo como un eco de encierro. Eliana respiró hondo, intentando controlar el temblor en sus manos. El aire estaba impregnado de un aroma metálico, mezcla de cera, hierro y sangre.
Un guardia la condujo por pasillos interminables. Antorchas azuladas iluminaban los muros de piedra, y cuadros antiguos mostraban rostros pálidos y severos: generaciones de vampiros que habían gobernado aquel lugar. Todo parecía observarla.
Finalmente, llegaron a un salón enorme. El techo se perdía en la oscuridad, sostenido por columnas negras talladas con símbolos que no comprendía. En el centro, una mesa alargada de mármol rojo. Alrededor de ella, seis figuras la esperaban.
El guardia anunció con solemnidad:
—Eliana, la sangre de luna.
El corazón de ella dio un vuelco.
El primero en hablar fue una mujer de belleza letal: cabellos largos como la noche y ojos escarlata que parecían atravesar el alma. Vestía un manto bordado en plat