Me acerco a la tienda de campaña donde duerme mi padre con mi hermano Kael, el sonido de mis pasos sobre la tierra seca es lo único que rompe el silencio del día porque todos están dentro de sus tiendas. Al llegar, me agacho para entrar y los veo a ambos sentados en sus camastros, con las linternas que iluminan sus rostros cansados.
—Padre, creo que deberíamos trasladar a la manada más cerca de la fortaleza de la mansión —digo, tratando de sonar convincente—Con los últimos acontecimientos, es más seguro estar cerca de ellos.
—¿Desde cuándo confías tanto en ellos? —pregunta mi padre, su voz llena de desconfianza—. Sabes que no podemos confiar en nadie que no sea de nuestra propia sangre.
—Recuerda que ahora soy la esposa del alfa —le recuerdo—Las cosas han cambiado, padre. Él quiere protegernos, quiere que estemos a salvo.
—Eso fue un trato, Amira —me corrige—. No era para que confiaras en ellos ciegamente. ¿Y qué hay de todo el daño que nos ha hecho? ¿Cómo puedes siquiera sugerir que