El primer recuerdo que tengo es el dolor. Un dolor tan profundo y helado que creí que mi cuerpo se había convertido en vidrio. Luego, el caos. El grito de la batalla, el crujido de la tierra bajo mis pies, el odio en los ojos de Dante. Y la flecha. No la vi venir. Solo sentí un golpe seco, y un frío que me quemó.
Caí al suelo. Mi vida se escapaba, y lo único que podía ver era el rostro de Amira. Su rostro desfigurado por el dolor, sus ojos llenos de lágrimas. Sus manos, desesperadas, brillaban con una luz que nunca había visto. Y en mi mente, su voz, una súplica desesperada que me decía que volviera.
La imagen de ella se grabó en mi alma, un faro en la oscuridad.
De repente, el frío se desvaneció. El dolor se fue. El caos se silenció. Y sentí el calor, un calor que me devolvía la vida. Un calor que me protegía.
Abro los ojos. No estoy en el campo de batalla. No estoy en el suelo. Estoy en mi cama. La misma cama que comparto con Amira. El sol se filtra por la ventana. El aire huele a p