Mis pasos resuenan en el frío pasillo de piedra. Un eco que me acompaña, cada vez más fuerte, hasta el final de este camino. El olor a humedad y a metal viejo me recuerda dónde estoy, y a dónde voy.
Mi padre siempre fue un hombre de pocas palabras, pero sus lecciones eran martillos que grababan la verdad en la roca. "A los enemigos no se les da un respiro", me decía. "Si les das la mano, te tomarán el brazo. La piedad es debilidad, y la debilidad te matará".
A lo largo de mi vida, he visto la verdad en sus palabras. No hay un lugar para la benevolencia. No hay segundos chances. Lo que hay al final de este pasillo no es un hombre, es un riesgo. Una amenaza que, si no se elimina, crecerá hasta volverse un problema. Mi padre me enseñó que la única forma de sobrevivir es eliminar a la amenaza. Y la única forma de eliminarla, es cuando tienes la oportunidad.
No siento rabia en mi pecho, solo una convicción fría y absoluta. La celda está a unos pasos. He llegado.
Las pesadas cadenas que lo