La tarima de madera se alza en el centro del territorio, un punto oscuro bajo el manto de la noche. El silencio es total, y mi corazón late con fuerza contra mis costillas. Mi mirada se clava en la figura sobre la tarima. Es Dante.
Incluso en esta situación, encadenado, esperando su final, sigue erguido. Su mentón, en alto, su mirada arrogante recorre a la multitud. Su postura no es la de un prisionero, sino la de un rey derrotado que aún se cree superior a todos. Es como si se burlara de la muerte misma.
Entonces, la multitud se separa y Thane sube a la tarima. No lleva armas, pero su presencia es más poderosa que cualquier espada. Se para frente a Dante, mirándolo a los ojos con esa calma que lo caracteriza. Su voz, grave y resonante, se alza por encima del silencio de la noche.
—Dante, en este momento, ante todas las manadas y las alianzas que tú intentaste destruir, serás juzgado.
Thane hace una pausa, y su voz se hace más fuerte. No hay rabia, solo la fría claridad de un juez.
—T