La noche había caído sobre Norvhar como un manto de terciopelo negro. Liria observaba el cielo desde la ventana de la biblioteca, donde las estrellas parecían más cercanas que nunca. El fuego crepitaba en la chimenea, proyectando sombras danzantes sobre los estantes repletos de libros antiguos. Había pasado horas esperando a Caelan, quien había prometido reunirse con ella después del Consejo Real.
Cuando la puerta finalmente se abrió, Liria se volvió para encontrarse con un Caelan diferente al que había visto esa mañana. Sus hombros, habitualmente erguidos con orgullo real, parecían cargar un peso invisible. Sus ojos, normalmente alertas, mostraban el cansancio de batallas libradas con palabras en lugar de espadas.
—Pareces agotado —comentó Liria, acercándose a él.
Caelan se dirigió directamente hacia la mesa donde reposaba una jarra de vino. Se sirvió una copa generosa y la bebió casi de un trago antes de responder.
—El Consejo Real puede ser más extenuante que cualquier campo de bat