La noche había caído sobre Norvhar como un manto de tinta derramada. Liria permanecía sentada junto a la ventana de su habitación, envuelta en un chal de lana que apenas mitigaba el frío que se colaba por las rendijas de piedra. Las velas titilaban, proyectando sombras danzantes sobre las paredes, mientras ella observaba el cielo estrellado con la mirada perdida.
Había pasado horas intentando descifrar el mensaje que había encontrado días atrás, pero las palabras seguían siendo un enigma. Su mente divagaba entre teorías y posibilidades cuando un movimiento en los tejados del ala norte captó su atención.
Al principio creyó que era un juego de sombras, quizás un cuervo nocturno o el viento agitando alguna bandera olvidada. Pero entonces lo vio con claridad: una silueta humana se deslizaba con agilidad felina por las tejas inclinadas. Luego otra. Y otra más.
Liria contuvo la respiración. Tres figuras encapuchadas se movían con precisión calculada, como si conocieran cada centímetro de aq