El bosque de Norvhar se extendía como un manto blanco y silencioso bajo el cielo gris perla. Los árboles, centinelas antiguos cubiertos de escarcha, parecían observar con recelo a la comitiva real que avanzaba entre sus dominios. Liria ajustó la capa de piel sobre sus hombros mientras su caballo resoplaba, creando pequeñas nubes de vapor que se disipaban en el aire helado.
La Cacería de Invierno. Una tradición tan antigua como el propio reino, según le había explicado Evran la noche anterior. Un ritual donde la nobleza de Norvhar celebraba la llegada del solsticio invernal persiguiendo a la presa más esquiva de los bosques norteños: el ciervo de astas plateadas.
—Es un honor que se os haya permitido asistir, mi señora —había dicho Evran con una sonrisa tensa—. El rey rara vez invita a forasteros a este evento.
Forastera. Después de meses en Norvhar, seguía siendo una extranjera. Una intrusa. La palabra se había clavado en su pecho como una astilla de hielo.
Ahora, montada sobre un cab