La luz del atardecer se filtraba por el ventanal de la torre, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de piedra. Liria observaba el cielo teñido de naranja y púrpura mientras sus dedos recorrían distraídamente el contorno del anillo encontrado días atrás. El símbolo grabado en él —aquella extraña espiral entrelazada con lo que parecía ser una rama de roble— había comenzado a aparecer en sus sueños.
Un golpe de viento más fuerte que los anteriores sacudió los postigos de madera. Liria se acercó para asegurarlos cuando notó algo inusual: una de las piedras del alféizar se movía ligeramente. No era evidente a simple vista, pero al presionarla con los dedos, cedió con un leve crujido.
—¿Qué es esto? —murmuró para sí misma, arrodillándose para examinar mejor el hallazgo.
Con cuidado, introdujo los dedos en el pequeño hueco y extrajo la piedra. El espacio oculto no era grande, apenas lo suficiente para contener un objeto que brilló tenuemente cuando la luz crepuscular lo alcanzó: una l