AUGUSTO DE FILIPPI
Estaba por preguntarle a Lucy si quería que le enseñara a manejar un balón —una excusa estúpida, pero válida— cuando lo sentí.
Un escalofrío.
Un presentimiento.
Un cambio en la atmósfera, como si las nubes hubieran decidido cubrir el sol de golpe.
Giré apenas el rostro y lo vi.
De pie, apoyado en el marco de la puerta del ventanal, con los brazos cruzados, mirada fija y una ceja perfectamente alzada con una expresión que gritaba:
"¿Me explicas qué diablos estás haciendo tan cerca de mi hija?"
Lucca De Filippi.
Padre. Tío. Mano derecha de mi padre y casi su hermano.
Y en este momento: el verdugo silencioso de mis emociones.
Tragué saliva.
Lucy no se había percatado todavía. Ella seguía tranquila, mordisqueando otra galleta y dibujando mi cabello.
Pero yo… yo ya estaba sudando frío.
Porque esa mirada no era cualquier mirada, se la había visto a mi padre, mientras miraba a Lucien cuando recién dieron a conocer su relación.
La misma con la que hizo llorar a más de un ho