ASHER WILSON
Las risas de mis primas aún resonaban en el aire cuando todos comenzamos a acomodarnos en la mesa. Esa energía cálida que se sentía en el ambiente era única. Había algo especial en verlas así, cómplices, felices, abrazando a Clarita con esa confianza natural que solo surge cuando el amor es genuino. Ver a Addy y Anny incluirla sin reservas, bromear con ella, compartir copas y risas como si hubieran sido hermanas desde siempre, me llenaba de un orgullo silencioso. Era como si el universo finalmente estuviera en su sitio.
Estaba por tomar la copa de vino antes de que sirvieran la cena, cuando escuché la puerta abrirse. Todos giramos la vista. Silvano fue el primero en aparecer, impecable, con ese porte inquebrantable que traía consigo hasta en las cenas informales. Detrás de él, cuatro figuras se recortaban contra la luz del pasillo: al único que reconocía era a Paolo.
Me puse de pie enseguida. Paolo se adelantó y vino directo hacia mí. El apretón de manos fue firme, frater