JOSH MEDICCI
Golpeé mi puño contra la pared.
No podía más.
Había pasado el día encerrado en mi habitación como un maldito cobarde. Pensando. Evitando. Esperando que el dolor pasara solo.
Pero cuando la vi…
Cuando Marie pasó junto a mí en el pasillo, con la mirada baja, sin decir nada…
Su silencio fue más fuerte que cualquier grito.
Tenía que hablar con ella. Tenía que arreglar esto. ¿Qué pasaba si Lucien decidía enviarla a América y no la volvía a ver? Ella no se podía ir pensando que fue un error para mí. Debía decirle que la amaba de verdad.
Salí de mi habitación y fui directo a la suya. Toqué la puerta. Una, dos, tres veces.
—Marie…
Nada.
Giré el picaporte. Abierta.
La habitación estaba vacía. La cama sin tocar.
Me acerqué a la ventana y entonces lo noté.
Estaba abierta.
Con las cortinas agitándose al viento.
Mi corazón se disparó.
—No… —susurré, sintiendo un frío recorrerme la espalda.
Salí corriendo, cruzando el pasillo como un loco. Entré a la cocina. Nada. Fui al salón. Nadie.