ADELINE DE FILIPPI
La cena había sido un caos hermoso.
Entre las historias escandalosas de Lucy, las ocurrencias teatrales de Marie, las bromas de los gemelos y los eternos silencios cargados de autoridad de papá y tío Lucca, el ambiente se sentía como un abrazo calórico.
Cálido. Ruidoso. Lleno de amor… y amenazas implícitas.
Lucien estuvo a la altura. Respondió con sonrisas, ayudó a servir la mesa, incluso lavó platos con Augusto como si fuera uno más del escuadrón. Anny lo observaba de reojo con cara de “te estoy evaluando, cuñado”. Lucy murmuró algo sobre “puntos extras por esfuerzo doméstico”, y Marie, sin filtros, le guiñó un ojo al verlo levantar una olla con facilidad.
Yo, por mi parte, me derretía en silencio. Verlo tan… nuestro, tan parte de mi mundo, había estado lejos de nosotros por tanto tiempo que verlo entre mis hermanos y sus hermanas me llenaba el corazón. Incluso papá había esbozado una ligera sonrisa mientras Lucien cargaba una bandeja con postres. Esa sonrisa vale