ANNELISSE DE FILIPPI.
—Puede pasar —dijo la enfermera, con una sonrisa comprensiva después de lo que parecieron horas—. Pero con cuidado, aún está sedado.
Asentí, sin aliento.
Mis piernas temblaban mientras caminaba por ese pasillo helado. Me puse un traje verde de esos que te dan para entrar a lugares que deben mantenerse estériles. Un vez lista caminé hacia el lugar donde lo tenían, cada paso que daba me acercaba a la habitación… y a la verdad que necesitaba ver con mis propios ojos: que Silvano seguía aquí.
La puerta se abrió despacio.
Entré.
Y ahí estaba.
Silvano De Santis.
Uno de los hombres más temido de Europa.
El que podía derribar a un imperio con una sola orden.
Frágil.
Pálido.
Con cables, vendas, respirando lento.
Pero vivo.
Y mi alma se quebró.
Me llevé una mano a la boca, para no gritar. Las lágrimas salieron sin pedir permiso. Caían en silencio, como si todo mi dolor, todo mi amor, todo mi miedo reprimido, escapara de golpe.
Me acerqué.
Con cuidado.
Como si tocarlo pudie