SILVANO DE SANTIS
Estaba revisando un informe sobre los movimientos recientes de Seraphim y el último ataque que le hiciemos con Lucien, cuando la puerta se abrió sin tocar.
Alcé la vista, y allí estaba ella.
Mi debilidad.
Mi caos perfecto.
Mi condena con ojos miel.
—Silvano —susurró Anny, entrando con una expresión que no le conocía—. Tenemos que hablar… urgente.
Dejé el documento sobre el escritorio.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Ella cerró la puerta con cuidado, y eso ya me alarmó. Nunca cerraba la puerta. Nunca usaba ese tono. Me puse de pie y acorté nuestra distancia, sus ojos estaban asustados y tocaba sus manos nerviosa.
— Pequeña, dime que pasa, ¿Estás bien?
—Mi papá… —comenzó.
Sentí una punzada extraña.
—¿Tu padre?
—Si. Mi papá.
Mi cuerpo se tensó. Un solo nombre recorrió mi columna como hielo:
Bastien De Filippi.
El monstruo americano.
El asesino de asesinos.
El hombre que hasta en la mafia era leyenda.
— Hay algo que tú no sabes de mí, soy hija de Bastien de Filippi, un cruel