Poniendo en cintura a los yernos.
JOSH MEDICCI
El golpe en mi hombro palpitaba con cada movimiento, recordándome que, aunque seguía vivo, había estado demasiado cerca de no estarlo. La herida ya estaba limpia y vendada, gracias a Marie, pero el dolor no era nada comparado con lo que sentía ahora mismo, sentado frente a la puerta cerrada de mi habitación, esperando.
Esperando a Lucca Moretti.
El sonido de sus pasos por el pasillo era inconfundible: firmes, seguros, con ese ritmo que no necesitaba anunciar quién venía, porque ya imponía respeto solo con la forma de caminar. Me puse derecho en la cama, respirando hondo.
La puerta se abrió despacio, y ahí estaba él, de pie, con esa presencia que parecía llenar la habitación por completo. Pantalón oscuro, camisa impecable, y esos ojos negros fijos en mí, evaluándome de pies a cabeza como si pudiera ver hasta el último rincón de mi alma.
—No cualquiera sale con mi princesita de diecisiete años —dijo al cerrar la puerta, sin preámbulos ni cortesías—. Así que vamos a dejar la