LUCIEN MORETTI
La puerta se cerró de golpe tras de mí. Apoyé la espalda contra la madera y, solo entonces, solté el aire. Aún tenía su aroma en la ropa, su temblor en los brazos, sus lágrimas en la piel. Me llevé las manos al rostro. Me temblaban.
—M i e r d a… —susurré.
Me dejé caer al suelo, en esa habitación fría, sin luz, donde dormía desde que volví. Era mi antigua habitación, pero ahora estaba vacía. Sin fotos, sin recuerdos. Solo silencio. El mismo que me acompañó en Italia. El mismo que llené de rabia, de control, de reglas… para no sentirla.
Pero esta noche, ella volvió a tocar algo que creía muerto. Golpeé el suelo con el puño cerrado. Una, dos, tres veces. El dolor en los nudillos no se comparaba con el de pensar que pude perderla otra vez.
—¿Por qué no puedo ser fuerte frente a ella? ¿Por qué una sola mirada destruye todos mis muros, ma1dita sea?
Me puse de pie y caminé directo al escritorio. Abrí el primer cajón. Allí estaba el cuaderno, el que nunca le entregué, el que l