ESTEBAN RUSSO
La puerta del departamento se cerró de golpe tras de mí. No por accidente.
Matteo levantó la vista desde la barra de la cocina, con una ceja arqueada y un vaso de whisky en la mano. Su eterna calma contrastaba como una bofetada contra el incendio que yo llevaba dentro.
—¿Qué demonios te pasa ahora? —preguntó sin levantar la voz.
—Le puso un guardaespaldas. —espeté, sin rodeos.
Él se quedó en silencio unos segundos.
—¿A quién?
—A Anny.
Matteo entrecerró los ojos y dejó el vaso en la barra.
—Silvano.
No era una pregunta. Era una afirmación. Como si ya lo supiera. Como si hubiera estado esperándolo.
—¿Lo sabías? —pregunté, apretando los dientes.
—Era de esperarse, porque Silvano es un maldito paranoico, se notó el día en que fuí a ver a Addy a la oficina, un hombre dominante y posesivo. Y la trata como si fuera de cristal, además es capaz de quemar el mundo entero si alguien la toca. Y tú, querido hermano… te estás acercando demasiado al fuego. Te dije que debes usar la cab