MARIE MORETTI
—Gracias… —murmuré, apenas saliendo del trance en el que me había sumido al mirar sus ojos tan dulces—. El jugo… gracias.
—No hay de qué —respondió él, con una sonrisa tranquila que parecía imposible de fingir.
Le devolví la sonrisa y me atreví a preguntar, con curiosidad genuina:
—¿Cómo te llamas?
—Michelle. Soy jardinero… bueno, el hijo del jardinero, en realidad. Estoy ayudando a mi padre este verano.
—¿Michelle? —repetí, saboreando el nombre como si tuviera un sabor nuevo y fresco—. Así que tú eres el responsable de que este jardín luzca tan… perfecto.
Él se encogió de hombros con humildad, aunque una pequeña chispa de orgullo brilló en sus ojos.
—Hago lo que puedo. Trabajo y estudio, pero la jardinería… está en mi sangre. Mi padre me traía desde niño a sus trabajos. Aprendí observando, ensuciándome las manos,ayudando en cosas pequeñas.
Sus palabras tenían algo… poético. Yo lo miraba fascinada, como si acabara de salir de un cuento, de esos en los que el protagonista