SILVANO DE SANTIS
Anny tarareaba bajito mientras cortaba los tomates.
Llevaba el cabello recogido con un lápiz —literalmente un lápiz— y una de mis camisas encima de su ropa, como si fuera un delantal improvisado. Le quedaba enorme, pero en ella… todo se le veía perfecto.
Se movía por mi cocina con esa mezcla encantadora entre torpeza y determinación, como si fuera una invasora habitual que ya había conquistado todo a su paso, y ahora solo disfrutara del botín: mi espacio, mi paz, mi atención.
Y no podía dejar de mirarla.
—¿Por qué me miras así? —preguntó sin alzar la vista—. ¿Acaso corté los tomates feo?
—No. Aunque confieso que sufro un poco cada vez que haces rebanadas irregulares —respondí con una sonrisa torcida.
Ella soltó una risa suave, esa que siempre me desarma.
—Entonces cocina tú.
—Estoy cocinando yo. Tú solo vienes a hacer desastres a mi lado para darme más trabajo.
—Mentira. Yo soy tu sous-chef. La estrella de esta cocina.
—Eres la estrella, sí… —me acerqué por detrás, l