CARLA MORELOS
La sala de sistemas era un santuario en medio del caos. Las pantallas frente a nosotros vomitaban datos: rutas de escape, cámaras de seguridad vulneradas, comunicaciones interceptadas. Tiffany tecleaba con esa frialdad elegante que siempre me impresionaba, como si escribir código fuera tocar un piano. Oliver, a su lado, tenía los ojos fijos en un tablero de operaciones que mostraba puntos rojos encendiéndose y apagándose como si fueran latidos.
Yo intentaba mantener la calma, aunque por dentro me ardían las entrañas. Afuera, en la noche de Italia, Joel, Román y… Damian estaban en el campo, liderando los escuadrones que entraban a las últimas sedes de Seraphim.
Mi corazón se tensaba cada vez que escuchaba las comunicaciones por radio.
—Sede sur neutralizada —informó Joel, su voz dura y clara.
—Tenemos a los niños. Repito: rescatamos a los niños —dijo Román, entre el eco de disparos.
Cada reporte era un respiro, pero también una puñalada: significaba que estaban allí, enfr