NOAH ALBERTI
Kiara se reía bajito, con la boca llena de gomitas. Tenía azúcar en la comisura de los labios y no hacía nada por limpiárselo. Yo tampoco. Me encantaba verla así, relajada, echada sobre el sofá de mi departamento, con las piernas enredadas en las mías y el corazón latiendo como si no le importara nada más que estar conmigo.
—No robes mis dulces —protestó cuando metí la mano en su bolsa.
—Tus dulces están en territorio neutral. Lo sabes. Reglas del sofá.
Ella me lanzó una almohada, pero se la quité al vuelo y me lancé sobre ella, haciéndola reír con ese sonido que me hacía olvidar el resto del mundo. Besé su cuello, su mandíbula, la línea entre ceja y ceja, la punta de su nariz y terminé en sus labios, que se habían convertido en mi droga ultimadamente. El mundo podía venirse abajo y yo seguiría aquí, sobre ella, sabiendo que todo estaba bien mientras ella sonriera así.
—Noah... —murmuró, entre risas, cuando mis manos se deslizaron por su cintura—. Nos van a pillar.
—¿Quié