ADDELINE DE FILIPPI
Desde que Lucien volvió, regresó a su antigua habitación como si nunca se hubiera ido. Y ahora que la ocupaba de nuevo, ya no era mi refugio. No podía escabullirme a su pieza a dormir en su cama, porque ahora él estaba allí.
Lo escuché hablar con papá. Irían a una cena, a un lugar privado. Y aunque papá no quería que yo saliera, lo decidí igual. Soy terca. Siempre lo he sido.
Y si Lucien iba… yo también.
Me vestí y esperé a que todos salieran. Los seguí hasta el restaurante. Llegaría de sorpresa y sabía que papá no me dejaría sola ni me devolvería a casa, yo era su princesita.
Jamás imaginé que lo vería así.
Al entrar al salón privado del restaurante, lo primero que encontré fue a Lucien de pie, las manos cruzadas tras la espalda, mientras tres hombres sudaban frente a él. Uno temblaba, literalmente.
—No sabía que me estaban robando, Lucien —decía el hombre, con la voz quebrada—. ¡Yo no lo ordené!
Lucien lo observaba en silencio. Sus ojos azules… vacíos. Ni una piz