ADELINE DE FILIPPI
No lo vi venir.
Un minuto estaba eligiendo entre un cóctel de durazno o uno de frambuesa, y al siguiente... ahí estaba él. Rubio, alto, con esa sonrisa encantadora y ojos verdes
—¿Addy me recuerdas?
—No, lo siento… ¿nos conocemos?
—Soy Matteo… Hace años nos encontramos aquí mismo. Me regalaste esto. —Y levantó una pulsera pequeña con letras de colores. ADDY.
—¿Matteo?
Asintió con una sonrisa.
—Pensé que nunca volvería a verte… aunque he llevado esto conmigo todos estos años —levantó la muñeca y ahí estaba: la pulsera de cuentas de colores que decía “ADDY”.
Solté una risita nerviosa. Lo recordaba. El niño simpático con el que jugué por cinco minutos antes de que Lucien se arrastrara con cara de tragedia griega hacia mi tío Lucca totalmente herido.
Y justo como si mi memoria tuviera poderes mágicos, sentí el aire cambiar.
Una sombra familiar cayó sobre mi espalda y una mano cálida se deslizó dominante por mi cintura.
Lucien.
—¿Todo bien, Adeline? —su voz era grave, po