ANNELISSE DE FILIPPI
Habían pasado varios días.
Las heridas aún dolían, pero al menos ahora… dolían desde el alivio.
Silvano estaba vivo. A salvo.
Y hoy, finalmente, volvía a casa.
El hospital se despedía de él entre suspiros de enfermeras enamoradas y médicos que, honestamente, parecían querer retenerlo solo para seguir admirándolo.
Pero yo…
Yo no iba a permitir que nada ni nadie lo alejara de mí.
—Amor, iré a firmar el alta. Espérame aquí, trata de no moverte. La herida ha cicatrizado, pero aún puede abrirse.
Él me sonrió con dulzura y acarició mi mejilla.
—Amore, no es la primera vez que recibo un disparo. Sano rápido. Tranquila, nada me pasará.
Lo abracé. Sabía que era fuerte, pero el solo hecho de recordarlo tumbado en el suelo, con su vientre sangrando, me helaba la sangre.
—De todas maneras, amor… me esperas aquí, tranquilito, ¿sí?
—Bueno.
Besé sus labios y salí. Caminaba por los pasillos mientras buscaba al médico. En eso, casi choqué de frente con este idiota.
—Anny, qué buen