LUCIEN MORETTI
El jardín estaba quieto, iluminado apenas por la luna que se colaba entre las ramas de los árboles. Me dejé caer en la hamaca, buscando un respiro. El vaivén lento era lo único que parecía calmar el caos de mi mente. Miraba el cielo, oscuro y despejado, y me preguntaba cómo algo tan inmenso podía permanecer en paz mientras en la tierra todo era guerra.
Suspiré, llevándome una mano al rostro. La decisión que tenía delante me quemaba por dentro.
De pronto, la hamaca se hundió a mi lado. Sentí un perfume dulce y una calidez inconfundible. Addy se acomodó sin pedir permiso, como siempre hacía, y me abrazó fuerte. Luego me besó despacio, con esa mezcla de ternura y picardía que me hacía olvidar por unos segundos quién era yo.
—Hola, grandote… —susurró con una sonrisa que pude sentir más que ver.
—Hola, princesa… —respondí, abrazándola, hundiéndome en su cuello para besarla suavemente. El roce de su piel era mi refugio.
—¿Pensando solito? —me dijo, acariciándome la nuca.
Asen