El regreso a la mansión desde Palermo fue en silencio.
Para Chiara, sentir los labios de Adriano había sido una de las cosas más hermosas del mundo. Nunca la habían besado con tal pasión, y eso le gustaba. Eran muchas sensaciones hermosas: desde deseo hasta amor.
—¿¿Amor?? —su voz interior le preguntó, intrigada.
—Sí —respondió ella.
En verdad comenzaba a amar al Don. A Don Adriano... o simplemente Adriano, como él mismo le había pedido que lo llamara horas antes. Era una sensación hermosa.
El hombre manejaba con tranquilidad; su escolta iba a escasos metros. Tenían que mantener la calma. Sus pensamientos recorrían lo sucedido horas antes: las vivencias, la vivacidad de Chiara, su natural alegría. Todo en ella era distinto, y eso le encantaba. Le hacía sentirse vivo. Eso era algo que nunca terminaría de agradecerle a la hermosa mujer que tenía al lado.
Algo había cambiado en él, aunque no sabía exactamente qué. Sí sabía que Martina se encontraba en el pasado, pero ¿por qué aún le dolí