La noche había caído sobre la hacienda como un manto pesado, cargado de un silencio extraño, expectante. Adriáno, firme frente a sus hombres, sabía que aquel día no podía terminar de otra forma: Adalberto debía pagar. No había más huidas, más mentiras ni más disfraces. El juego del Siciliano había llegado a su último acto.
Adalberto, acorralado, se escabullía entre sombras con la desesperación de un animal herido. Había dejado atrás el sótano donde mantenía a Chiara cautiva, huyendo cuando la resistencia se le hizo insoportable. El Don había llegado antes de lo esperado, con una fuerza de voluntad implacable, dispuesto a arrancar de raíz la sombra que había envenenado su vida durante tantos años.
Chiara, liberada por Lorenzo y otros hombres de confianza, apenas podía mantenerse en pie, pero su corazón latía con la fuerza de la esperanza: Adriáno aún respiraba, aún estaba allí, y lo enfrentaba.
---
Adalberto corría por los pasillos, tropezando, con el rostro desfigurado por la rabia y