La madrugada estaba en silencio, solo interrumpida por el sonido de los pasos apresurados de Adriáno recorriendo el pasillo de la hacienda. El aire olía a tierra mojada, pues una ligera lluvia había caído durante la noche, como si el cielo mismo quisiera purificarse para recibir la llegada de una nueva vida.
En el interior de la habitación, Chiara gemía con fuerza. Sus manos temblaban mientras se aferraban a las sábanas, y el sudor perlaba su frente. Las parteras corrían de un lado a otro, preparando agua caliente, paños y los utensilios necesarios. El corazón de Adriáno latía tan rápido que parecía querer escapar de su pecho; jamás en su vida había sentido tanto miedo y esperanza al mismo tiempo.
—Respira, Chiara… respira —murmuraba él, arrodillado junto a la cama, sujetando su mano con delicadeza.
Ella lo miró entre jadeos, con los ojos llenos de dolor, pero también de una determinación inmensa. En esa mirada estaba todo: la promesa de vida, el recuerdo de lo que habían sufrido junt