La noche.

La casa de seguridad estaba rodeada de colinas y árboles altos. El aire olía a madera vieja, a tranquilidad, y a secretos bien guardados. Adriano abrió la puerta con una llave oxidada que parecía no haber sido usada en años. Chiara entró detrás de él, observando todo con la curiosidad de quien pisa tierra nueva. A pesar de la situación, había en ella una calma serena, como si supiera que estaba en el lugar correcto, con la persona correcta.

La casa era sencilla pero acogedora: muebles antiguos, una chimenea apagada, ventanas con cortinas gruesas que resguardaban del mundo. No había cámaras, ni sirvientes, ni lujos. Solo ellos dos y el silencio.

Después de cenar algo sencillo —pan tostado, vino y un poco de queso—, se sentaron frente a la chimenea. Adriano encendió el fuego con habilidad. Chiara lo observó en silencio. Era fuerte, pero en ese momento le parecía más humano que nunca. Sin su traje de Don, sin armas, sin guardaespaldas... solo él, con una camisa de lino y las mangas arrem
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