Chiara se encontraba en uno de los jardines, acompañando a Antonella. La chica parecía ansiosa; los rumores decían que su padre había sido secuestrado por gente del Siciliano. Tenía los ojos rojos y, aunque Chiara intentaba consolarla, las palabras no le salían.
La gran mansión estaba en silencio, cargada de una tensión palpable. Adriano había recibido la nota del secuestro y había salido de la casa. Eso era mucho… demasiado, incluso, para la mafia italiana.
—Tranquila, Antonella —fue lo único que pudo decir Chiara. Sabía que eran palabras vanas, vacías, pero era todo lo que tenía. Le tomó una de las manos; estaba helada.
—Esto no es normal, Chiara —dijo Antonella con la voz alterada—. Tú sabes que los secuestros no se dan así… no con nosotros. Mi padre...
Lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Antonella, que ya no podía contener el llanto.
Aquel día, el diario de Martina quedó en el olvido. Chiara sintió que no debía leerlo, que tenía que estar presente para su amiga. La madre