Encontrar una pista.
Chiara no comprendía del todo algunas de las visiones o sensaciones que experimentaba. No le agradaban, pero no decía nada. Solo miraba a Adriano, siempre tan pendiente de ella y de los asuntos de la familia.
En ese momento se encontraba en la biblioteca, sentada frente a su laptop. Había pagado unos cursos sobre Historia del Arte y tomaba apuntes mientras revisaba las obras y los horarios de las clases.
De pronto, alguien entró en la habitación y se acercó demasiado.
—Hola, pequeña. Es un placer encontrarte aquí, solita —dijo la voz desagradable de Adalberto, cuyo aliento asqueroso llegó hasta su oído. Chiara sintió un asco profundo, pero no se lo demostraría. Menos aún el miedo.
—Te he dicho que no te me acerques, maldito enfermo —respondió con voz dura y firme, mientras se levantaba y cerraba su laptop.
—Mira, niña, tú me gustas… y serás mía —insistió él con una mirada lujuriosa. Intentó acercarse, pero Chiara retrocedió con rapidez.
—¿Sabes una cosa, Chiara? Martina... —dijo, pero