Chiara caminaba con pasos enérgicos, con los puños apretados y el corazón latiendo desbocado. El aire que soplaba desde las colinas arrastraba consigo la rabia acumulada. ¿Quién se creía Adriano para hablarle así? ¿Para gritarle frente a todos como si ella fuera una ladrona? ¡Como si no tuviera derecho a tocar ni un rincón de esa casa!
—¡Chiara! —La voz grave, inconfundible, la detuvo. Él venía detrás.
Ella giró con furia y se plantó frente a él.
—¡No te atrevas a tocarme! —espetó—. ¡Ya fue suficiente humillación para un solo día!
Adriano la miró como un hombre al borde del abismo, con el rostro desencajado por la rabia y los ojos cargados de algo que iba más allá del enojo: dolor, miedo… y culpa.
—¿Qué querías que hiciera? —espetó—. ¡Llegas vestida con su ropa! ¡Montas su caballo! ¿Qué clase de broma cruel es esta?
—¡Nadie me dijo que era SU ropa! ¡¿Qué querías que pensara cuando encontré el traje perfectamente doblado en mi armario?! ¿Acaso no fue TU gente la que lo puso ahí?
Adrian