Antares y Aldebaran

Chiara se encontraba en la gran mansión del Don. Sentía que estaba presa. Su carácter indomable le decía que no podría durar mucho tiempo encerrada en aquel lugar. En el armario había un traje de montar; al parecer, el Don había pensado en todo. El hombre le había prometido que ese día conocería la habitación de Martina.

Se dio un baño rápido y se colocó el traje. Saldría con dirección a las caballerizas y daría un paseo por los terrenos. Pasó por el comedor, y allí se encontraban Fabiana y Adalberto. El desayuno estaba servido, pero ella no tenía ánimo ni ganas de hablar con esas dos personas. Al parecer, la madre de Adriano no se encontraba allí. Eso era bueno, ya que no se vería obligada a desayunar con ellos.

—Veo que le faltan modales —habló Fabiana en voz clara y nítida, lo suficientemente alta para que la joven la escuchara.

Chiara no quería tener problemas, y mucho menos parecer maleducada, así que decidió ignorar el comentario. Pero volvió a escuchar la voz de Fabiana:

—Eso s
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