El último show terminó. Alexandra se dejó caer sobre la cama de la caravana, estirando los pies adoloridos y soltando un largo suspiro. Sus mejillas dolían de tanto sonreír, pero la sensación que la recorría era extrañamente satisfactoria.
—Si alguien me hubiera dicho hace unas semanas que iba a vender tickets en un circo… jamás lo habría creído —murmuró, acariciándose las piernas cansadas.
El silencio de la caravana se vio interrumpido por el chirrido de la puerta. Gabriel entró, aún vestido con la camisa negra ajustada que había usado en el show. Tenía el cabello revuelto y un dejo de sudor que lo hacía ver más rudo de lo normal.
—Mírate —dijo con una media sonrisa, cruzando los brazos mientras la observaba tumbada sobre la cama—. No duraste ni un día completo y ya pareces querer renunciar.
Alexandra rodó los ojos.
—No me subestimes. Aguanté más de lo que pensaba… y para tu sorpresa, disfruté hacerlo.
Gabriel arqueó una ceja, acercándose lentamente hasta quedar de pie frente a ella