La princesa de la Mafia
La princesa de la Mafia
Por: Virginia Peraza
Capítulo 1

La sangre estaba goteando de mi haladie, provocando un tétrico sonido que provocaba un miedo paralizante. Di varios pasos hacía adelante, fijando la mirada en mi próxima víctima. Unos ojos azul zafiro se reflejaron en dos cuencas oscuras y cargadas de miedo. Sonreí perversamente, deslizando la punta de mi lengua por mi labio inferior. Estiré mi mano para tomarlo del brazo.

—Tranquilo, no voy a cortarte de nuevo. —susurre herméticamente al ver que encogió la extremidad por instinto. —Eso, si eres un buen chico quizás puedas vivir después de lo que has hecho.

Podía sentir su pulso acelerado y cómo empezaba a temblar. Contemplé complacida el corte que se extendía desde el antebrazo a la muñeca. Sin ningún tipo de miramiento, pose la punta de la daga sobre la herida, de la cual nuevamente comenzó a brotar sangre.

Los gritos de agonía llenaron la bodega donde me encontraba y pequeñas convulsiones recorrieron el cuerpo de aquel hombre que continuaba atado a la silla. Quite repentinamente el haladie y detalle el rostro cubierto por el perlado sudor.

—Recuerdame, ¿qué hiciste para ser castigado? —interrogue con una voz melosa. —No creo que puedas aguantar mucho más si no vas a un hospital, así que empieza a hablar. —exigí tomándolo del cuero cabelludo y empujandolo de nuevo hacía atrás. —¿Y bien? Canta, canta.

—Lo siento, por favor piedad, lo siento mucho. —dijo con voz rasposa. —Perdóneme. —pidió entre lágrimas de dolor. Una carcajada brotó de mi pecho

—¿Piensas que deseo tus disculpas? — pregunté con fingida diversión. —Espero que tengas un bien viaje al infierno. Quizás nos encontremos algún día. —asegure y procedí a clavarle el haladie justamente en el corazón.

La sangre salió a montones de su boca, manchado mi rostro en el proceso. El cuerpo se agitó convulsionando durante unos cinco minutos, hasta que por fin dejó de moverse. Suspiré y retire el arma, limpiandola con el dorso de mi camiseta negra estilo militar.

—Deshaganse del cuerpo. —ordene a mis hombres antes de darme la vuelta y marcharme.

No espere su respuesta, sino que salí inmediatamente de la bodega. El olor a sangre se propagara pronto y me provocaba náuseas. Retire mis guantes, lanzandolos en un contenedor de basura y empuje la puerta.

—¿El trabajo está hecho? —preguntó uno de mis guardias tendiendo un pañuelo para que me limpiará la cara. Asentí mientras lo hacía.

—Eso les enviará un mensaje a esas ratas. —afirmé con asco. —Pará que sepan que no tienen permitido imitar nada de la Bratva. —declaré.

Mi guardaespaldas asintió y me entregó una gabardina negra junto con mis gafas de sol. Saqué una cajetilla de cigarrillos del bolsillo y encendí uno. La nicotina viajando a través de mi sistema relajó mi cuerpo, frente a mí se formaba una nube de humo espeso. Estuvimos en silencio cerca de cuarenta minutos, hasta que por fin el resto de mis hombres salieron.

—Todo listo, princesa. —informaron con un movimiento de cabeza. —Se hizo tal como usted lo dispuso. —declaró mi jefe de seguridad.

—Con eso aprenderán a elegir mejor con quien meterse. —dije dejando caer el cigarro al suelo, pasándolo con el tacón de mi bota. —Vámonos, seguramente nos están esperando en la Fortaleza.

Uno a uno nos subimos en las dos camionetas que traía. Ya había salido de la ciudad e iba en carretera, cuando mi teléfono sonó. Atendí nada más mirar el nombre en pantalla.

—¿Solucionaste el problema? —indagó mi tía Veronika yendo directamente al grano.

—Por supuesto, no hay trabajo grande para mí.

—Quieron un informe completo cuando nos veamos mañana. —exigió y luego colgó.

Guardé el celular y suspiré apoyando mi cabeza contra la ventana del vehículo. La hermana de mi padre no era precisamente una mujer conversadora. Jamás esperaría de ella un: ¿Cómo estás? ¿resultaste herida? Simplemente iba directo al punto y yo agradecía que no se fuera por las ramas preguntando cosas obvias.

Hace más o menos dos semanas empezaron a presentarse problemas en uno de los clubes que manejaba mi tía. Una pandilla de narcotraficantes estaban vendiendo drogas adulteradas a los clientes, ocasionando que hubiesen cinco muerte. Quizás no parecían muchas, pero si las suficientes para llamar la atención de la policía sobre nosotros. Fue debido a ello que me pidió encargarme del asunto y gustosa lo hice.

Unos días atrás dimos con su líder y hoy por fin pudimos darlo de baja. En mi territorio nadie andaría libremente sin pagar las consecuencias. Rusia era de la Bratva y nada pasaba sin que la familia Volkov estuviese completamente enterada.

—Date prisa, quiero quitarme esta sangre cuanto antes. —apremie mirando al chófer por el espejo retrovisor. —Y ya lo sabes, ni una palabra de esto a mis padres o terminaras sin lengua. —señale.

Pronto ya estuvimos en el pueblo, atrás habíamos dejado el espacio ruso. De aquí para allá la mafia rusa tenía control total de la población. El Boss era verdugo, ejecutor y juez; sólo él hacía y disponía de la vida de todos, siendo leal con quienes le habían demostrado fidelidad. Muchos negocios ya estaban abiertos o empezaban a abrir.

No me sorprendía, partimos en la madrugada y él sol ya estaba saliendo por el horizonte.

—Hemos llegado, princesa. —informó el chófer. Asentí y este se bajó para abrirme la puerta. —Me informaron que la koroleva ya está despierta, así que le recomiendo que entre por el campo de entrenamiento. —explicó entregándome llaves.

—¿El Boss? ¿Los gemelos? —pregunté apartándome varios mechones plateados del rostro. El invierno ya estaba llegando a Rusia.

—Los tres siguen dormidos, pero le recomiendo no hacer mucho ruido. —inquirió apartándose.

Me mostre de acuerdo y apreté mi abrigo contra el cuerpo. Procedí a darle la vuelta a la Fortaleza. En el campo de entrenamiento ya habían varios hombres y mujeres entrenado, algunos me saludaron al reconocerme, pero la mayoría solo regaló una mirada de respeto por mi estatus.

El ambiente estaba silencioso cuando entre a la propiedad. Me quite las botas para no hacer ruido con ellas y comencé a moverme con total sigilo, llegar a mi alcoba era cuestión de vida o muerte.

Si cualquiera de mis padres descubría mis andanzas en la madrugada, esto no terminaría bien. Y podía hacerle frente al Boss, pero jamás a la Koroleva. De solo pensarlo temblaba.

Solte un suspiró de alivio estando frente a la puerta de mi habitación. Tenía la mano sobre el pomo a punto de abrir, cuando sentí una figura detrás de mí, así que gire de inmediato. Trague saliva al detallar al hombre de pie frente a mí.

—Buen día, señorita Dominika. —saludó Vicente Sartorini con un semblante acusatorio.

《Precismente tenía que toparme con este.》

Tuve contenerme para no rodar los ojos. Realmente no me sorprendía que el consejero de la Bratva estuviese merodeando como si fuese un maldito sabueso. Después de mis padres y el underboss, era quien ostentaba mayor poder dentro de la organización. Compuse una expresión sorprendida y sonreí con inocencia.

—¡Vicente! —grite posando mi mano derecha encima del pecho. —Casi me matas de un susto, ¿qué haces por aquí tan temprano? —pregunté apartandome un mechón de cabello del rostro.

El consejero enarco una ceja sin creerse mi actuación. La mueva que formó en sus labios provocó que mi cuerpo se estremeciera debido a similitud que guardaba con el que hacía mi padre cuanto estaba a punto de lanzarme un regaño.

—Yo te iba a preguntar, son casi las 6 de la mañana tigritsa, ¿a dónde vas tan temprano? —preguntó escrutandome de arriba a bajo.

Al parecer había cambiado de opinión porque su tono no era de enojo, más bien de genuina preocupación. Por supuesto que tampoco debía dejarme engañar, en la mafia todos éramos tramposos y lo que podía parecer una pregunta sencilla, terminaría por convertirse en tu condena.

Lamentablemente mi cerebro estaba demasiado cansado como para formar una buena excusa.

—Acabo de despertar y bajé a tomar un vaso de agua. —dije lo primero que se me paso por la cabeza. —¿Algún problema con eso?

Vicente chasqueó la lengua fastidiado. Pará el pobre hombre no debía ser fácil lidiar con ninguno de los hijos del Pakhan. Los gemelos y yo habíamos contribuido enormemente a la enorme cantidad de mechones blancos en su cabello. También en la notable aparición de arrugas en sí piel aceituna, aunque esto jamás se lo diría.

—¿Así que decidiste ir por agua con botas de salir y una gabardina? —preguntó con ironía.

—No sabía que era un delito. —respondió de inmediato. La sombra de una sonrisa apareció en la comisura de sus labios, pero desapareció con la misma rapidez.

—Tú padre quiere verte y me envió a buscarte. —comentó revelando por fin el motivo de su aparición. —Así que sube a cambiarte, que supongo que lo necesitas. —acotó observando atentamente mis botas. —En el despacho en quince minutos. —informó antes de marcharse.

Se fue dejándome con la palabra en la boca, así que abrí la puerta de mi cuarto y entre enojada. Si no lo considerara un padre más en mi vida, hace tiempo que hubiese ordenado que le cortarán la lengua por altanero.

Fui directamente al baño y después de una rápida ducha, me vestí con un suéter de punto color crema y unos jeans. No era bueno hacer esperar al Boss, así que recogí mi melena blanca en una coleta alta y salí en dirección al estudio que estaba en el mismo piso.

—Buen día, mi Boss. —saludé en cuanto los voyeviki que custodiaban a mi padre abrieron la puerta. —Siempre es un placer verte, papá.

Ojalá pudiese decir que el sentimiento era mutuo, pero la mirada leonida de papá me observaba como si quisiera arrancarme la cabeza. Estaba enojado y solo rezaba para que dicha emoción no tuviese que ver con mis andanzas para ajustar cuentas.

—Toma asiento. —ordenó señalando la silla frente a él, lo obedecí. La tensión el ambiente era demasiado densa como para cortarla con un cuchillo. —¿Puedes explicarme qué significa esto? —demandó lanzándome unos papeles.

Casi me desmayo en cuanto vi que eran fotografías. La imagen era de hoy y me mostraba entrando al almacén con el hombre que ya debía estar en el infierno. En la siguiente también estaba, pero cuando salí con el rostro salpicado de sangre. Alce el rostro hacía mi padre.

—Puedo explicarlo. —asegure lentamente.

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