7- Una marca dolorosa

Capitulo 7

Una marca dolorosa

El amanecer llegó demasiado rápido. Maya no había dormido lo suficiente. Se quedó sentada en la cama, abrazando sus rodillas, mirando cómo la luz gris filtraba lentamente por la ventana. En algún momento escuchó pasos. Sabía que era la hora.

Erick apareció en la puerta, serio, silencioso. No dijo nada. Solo asintió con la cabeza. Ella lo siguió.

Caminaron por un pasillo estrecho, distinto a los anteriores. Este bajaba ligeramente, adentrándose en lo más profundo de la casa, al final del corredor, Erick abrió una puerta de madera carcomida. Adentro, la habitación era pequeña, apenas iluminada, una anciana los esperaba allí, sentada en un banco de madera. Tenía el cabello blanco recogido en un moño áspero, la piel marcada por arrugas profundas, y los ojos pequeños.

No se presentó. Ni siquiera los saludó. Solo miró a Maya de arriba abajo, como si ya supiera todo lo que necesitaba saber.

Erick se mantuvo junto a la puerta, observando.

Maya se quedó inmóvil, el corazón le golpeaba en el pecho con miedo, ella no quería que vieran todas las cicatrices que ella tenía en su cuerpo debido a los maltratos de Denzel

Pero la anciana no le pidió que se desnudara, y eso, por absurdo que pareciera, le dio una pequeña sensación de alivio.

Solo le indicó que se sentara frente al fuego y que le diera la espalda.

—No dolerá tanto si no te resistes —dijo la mujer, por primera vez. Su voz era baja, rasposa, como si hablara desde una grieta en la tierra.

Erick no intervino. Solo observaba.

Maya, con manos temblorosas, apartó un poco la tela de su vestido por un lado, dejando al descubierto un hombro.

La anciana cubrió la herida con un ungüento espeso y, sin mirarla, murmuró:

—Ahora sí… ya pareces una de ellos. Te daré un brebaje para que tus heridas antiguas desaparezcan…

Se volvió hacia una pequeña repisa, tomó un frasco opaco y vertió su contenido en una copa rústica. El líquido era oscuro, espeso, con un aroma terroso que mareaba.

Maya lo recibió en silencio, sin saber si debía confiar, pero su cuerpo ardía, y cada movimiento le recordaba que no podía permitirse parecer débil.

Justo cuando llevó la copa a los labios, notó que Erick se acercaba. Sus pasos eran lentos, pero cargados de intenciones de hacer algo. 

Instintivamente, Maya giró el cuerpo, cubriéndose mejor con la tela de su vestido, ocultando las cicatrices de su espalda. No quería que las viera, no quería que supiera cuánto había dolido esta herida, y las que ya traía en su cuerpo.

Bebió el brebaje de un trago, tragando el sabor amargo junto con el orgullo herido. Erick no dijo nada. Solo la observó por un momento con una expresión dura, y luego dio media vuelta.

—Vamos —ordenó.

Salieron en silencio de aquella habitación oscura, dejando atrás a la anciana, al fuego, y al dolor que aún ardía bajo su piel. El pasillo parecía más largo de regreso, la marca en su hombro derecho ardía demasiado.

Cuando llegaron a la habitación, Maya pensó que al fin podría tener un momento para respirar. Pero apenas cruzó la puerta, Erick la cerró con fuerza detrás de él.

Y entonces, sin previo aviso, la tomó del brazo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, alarmada.

—Quiero ver la marca —dijo Erick, con la mandíbula tensa.

Maya negó con la cabeza, instintivamente retrocediendo un paso. Él no se movió de inmediato, pero su voz se volvió más firme.

—No te estoy pidiendo permiso. Necesito verla.

Ella vaciló, sus manos temblorosas buscaron  cubrir su espalda, pero no dijo nada. Erick se acercó, sin agresividad, con cuidado, aunque sin suavidad, tomó el borde del vestido y lo deslizó hacia abajo lo justo para dejar al descubierto la piel marcada.

Maya se estremeció, no de frío, sino de humillación y verguenza…

—No grites —dijo él en seco, sin alzar la voz—. No es para avergonzarte. Solo necesito confirmar que dijiste la verdad.

Sus ojos examinaron la marca con detenimiento. Su expresión era neutral, casi clínica, como si estuviera observando una herida en otro cuerpo, no en el de ella.

—Eres humana —murmuró, más para sí mismo que para ella—. Pero llevas sangre de los Larsen. Aunque no lo parezca, aunque no sea verdad, debes creerlo.

Ella se mantuvo en silencio…

—No actúes como una víctima, no puedes darte ese lujo. Los Larsen no eran gente débil. Ni se escondían. Si piensas cargar su apellido, compórtate como si te lo hubieras ganado. ¿Entiendes?.

—No soy una Larsen de verdad —susurró Maya—. Pero puedo aprender, yo de verdad deseo volver al mundo humano.

Erick sostuvo su mirada por unos segundos, ambos se miraron a los ojos directamente. —Entonces empieza ahora. No vuelvas a decir que no eres una Larsen. Si no lo crees tú, nadie más lo hará. Y necesitas que ellos lo crean… o no vivirás lo suficiente.

Ella tragó saliva. El vestido le caía de un hombro, y la marca le ardía en la piel.

—Háblame de ellos… —pidió Maya, en un susurro.

—Los Larsen eran híbridos. Mezcla de fuerza e instinto. Lobos alfas con magia y humanos. Si quieres sobrevivir, no muestres tus cicatrices.

“No muestres tus cicatrices.”

Las palabras resonaron en su pecho. Maya bajó la mirada, pensó en sus heridas visibles… y en las que no se veían.

Una lágrima cayó, rápida. No hizo ruido.

Erick ya no estaba. La puerta se cerró tras él con ese clic que retumbó en toda la habitación.

Con manos temblorosas, llevó los dedos hacia la marca en su espalda. La piel le ardía, pero el dolor se volvía más punzante al contacto. El hierro caliente que la había quemado empezaba a reaccionar de nuevo, como si su sola mención la hubiera despertado.

—Basta… —susurró para sí, como si pudiera calmar al fuego. Pero no lo logró.

El ardor se expandió como una marea, desde la marca hasta la garganta, apretándole el pecho. Cerró los ojos, conteniendo el sollozo que luchaba por salir.

“No muestres tus cicatrices.”

¿Era tan fácil decirlo? 

¿Ignorar que dolía? 

¿Que todavía dolía?

Se acurrucó en la cama, cubriéndose con lo que quedaba del vestido roto. No sabía si tenía frío, o si solo era el miedo, latiendo despacio bajo su piel. El miedo de no ser suficiente. De que, aun con ese apellido falso… no bastara.

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