5- Un acuerdo peligroso

Capítulo 5

Un acuerdo peligroso

Maya no se movió, ni siquiera respiró más profundo de lo necesario, ese lobo volteo de nuevo y fue hacia ella.

—Y bien, ya tardaste en responder… —Le dice el hombre.--- Hablaré yo, soy el líder del clan Selmorra, mi nombre es Erick.

Maya ya lo sabía, desde el primer momento en que lo vio, ella había leído todos los libros de la biblioteca, al igual que los periódicos, por eso al menos sabía cuál es su identidad, sin mencionar esa foto en manos de Denzel. Este alfa se dotaba de unos ojos de color negro intenso, una piel blanca y un porte demasiado musculoso, d eneuvo ella detuvo su mirada en al cicatriz en su rostro.

—Gracias por salvarme. —Dice ella, en voz baja

—De acuerdo. —respondió Erick con su voz áspera.

—No soy tan ingenua como parezco, debes tener una razón. —añadió la joven—.

Maya desvió la mirada, sus dedos se aferraron a la manta sobre sus piernas, lo observó con la guardia alta, aunque apenas podía mover el cuerpo. No había pasado tanto tiempo desde que la encontró, pero ya entendía algo importante sobre él: no perdía el tiempo con rodeos.

Erick se detuvo a los pies de la cama. Su mirada calculadora la hicieron temblar.

—Vas a aceptar un acuerdo —dijo sin preámbulos—. No es una solicitud. Es una necesidad y una condición si quieres seguir con vida, ahora que tu esposo está muerto. —Maya no respondió al respecto.

—¿Y qué clase de acuerdo es ese?

Él no respondió de inmediato. La estudió, como si midiera hasta qué punto estaba dispuesta a negociar.

—Primero —dijo—, dime tu nombre.

Ella lo miró, sin moverse.

—Maya —respondió tras una breve pausa. Iba a continuar, decir su apellido, pero apenas abrió la boca, él levantó una mano.

—No. No me digas más.

Ella frunció el ceño, confundida, Erick ya conocía lo fundamental de esta joven: Era la esposa de un alfa de alto rango en Lunareth, y ahora es viuda y por alguna razón planeaban matarla, tenía sus sospechas, pero prefería guardarlas para el mismo.

Erick dio un paso más cerca.

—Desde ahora, dirás que te llamas Maya Larsen, que yo te encontré, que te salvé, no mencionarás ningún otro detalle.

A nadie…

Maya lo miró en silencio unos segundos, midiendo el peligro que se escondía tras esa petición.

—¿Por qué? —preguntó finalmente.

Él desvió la mirada solo un segundo, como si no quisiera mostrar todo lo que había detrás de esa pregunta.

—Porque mis soldados están al borde del colapso, y mis enemigos son muchos. Necesito que crean que el linaje Larsen ha vuelto, que está bajo mi protección, les dará seguridad y mantendrá alejados a quienes todavía dudan en atacarme… mientras resuelvo algo mucho más grande, y a cambio sigues con vida.

Ella guardó silencio un momento, dejando que sus pensamientos se alinearan con su instinto. No estaba en posición de negociar… pero tampoco iba a entregarse por completo sin una garantía.

—Acepto —dijo al fin, con voz firme—. Pero con una condición.

Erick entrecerró los ojos, alerta.

—Cuando todo esto acabe. Cuando tú y tu manada recuperen su fuerza… me enviarás de vuelta al mundo humano, sana, salva y libre.

El silencio cayó otra vez como una manta pesada entre ellos. Erick no dijo nada al principio, como si calculara el precio de esa promesa. Luego asintió, apenas, como un lobo que acepta una tregua con desconfianza.

—Hecho, ahora date una ducha y sal. Esperaré abajo. —Fue lo último que menciono aquel alfa.

Ella exhaló, más por alivio que por convicción. La ropa que le habían dado era sencilla, hecha de lino oscuro, con un abrigo liviano que caía sobre sus hombros. Maya arregló su cabello con las manos temblorosas, de pie frente al espejo de metal opaco que colgaba en la esquina de la habitación.

No podía evitarlo, sentía el corazón en la garganta, las piernas inestables le recordaban todo lo que sufrió al lado de Denzel.

“Tranquila, Maya… Las manos otra vez… las malditas manos.”

Le temblaban. Siempre le pasaba cuando tenía miedo. Desde niña. Intentaba ocultarlo, mantenerlas quietas, firmes, invisibles. Pero ahora, mientras esperaba que vinieran por ella para presentarla ante la manada de lobos —una manada que no la conocía, que de seguro la despreciaría como en Lunareth, que esperaban algo ancestral de su supuesta existencia— fingir ser alguien que no era la ahogaba como un lazo invisible alrededor del cuello.

Se apoyó contra la pared, la frente perlada en sudor, respirando hondo porque le vinieron a la mente unos recuerdos… o casi recuerdos. Borrosos, lejanos. Casi ficticios. Pero tan vívidos que dolían.

Una. Dos. Tres veces.

“No es real,” se dijo.

“Solo son pensamientos. Solo es ansiedad. Eso dijeron los psicólogos…”

Pero en el fondo… lo sabía.

No eran solo pensamientos.

Los veía. Como flashes. Como visiones atrapadas entre las sombras de su mente. Un rostro de mujer —hermoso, triste, cubierto de lágrimas— que susurraba su nombre con una voz dulce, como si la conociera, como si la amara. Maya no tenía recuerdos de su madre, pero imaginaba que era ella. Esa mujer. Esa voz.

“No pasó… no pasó… no pasó,” murmuró, temblando, cerrando los ojos con fuerza como si eso pudiera apagar la verdad que la acosaba por dentro.

Entonces, un golpe suave en la puerta la arrancó de su trance.

—Es hora —dijo una voz grave desde el otro lado.

Maya tragó saliva. Se alisó el cabello como pudo. Y caminó hacia la puerta, aún temblando, porque si iba a ser Maya Larsen, si debía sostener ese nombre como un estandarte frente a desconocidos, debía aprender a cargar con esa identidad prestada… y empezar a averiguar de una vez por todas quién era realmente.

Horas antes, había intentado hablar con Erik.

Había ido a su habitación para preguntarle qué debía preparar para el día siguiente, si habría rituales, qué debía memorizar… pero él no estaba allí. El ambiente era distinto sin su presencia. Más frío. Más silencioso. Las velas apagadas dejaban sombras extrañas sobre las paredes de piedra y madera. Algo dentro de ella le pidió irse, no invadir. Pero otra parte —una más fuerte, más antigua, quizá— se quedó quieta.

Y entonces lo vio.

Un retrato, cubierto con una tela oscura, junto al ventanal.

No supo por qué le llamó la atención. Tal vez fue el peso que tenía sobre la habitación, como si todo girara en torno a ese rincón olvidado. Maya se acercó lentamente, con pasos cuidadosos. Levantó la tela con manos temblorosas, como si fuera a descubrir un secreto prohibido.

Y entonces lo vio.

El rostro.

El mismo rostro que había visto en sus visiones. La misma expresión de tristeza suave, los ojos llenos de algo que dolía solo con mirarlos. Maya se quedó inmóvil, sin poder respirar. Le temblaban los labios. El silencio se volvió denso.

Esa mujer… se parecía a ella.

No un poco.

No en detalles vagos.

Era ella. O una versión anterior de sí misma.

Maya se aferró al borde del marco, el corazón golpeándole el pecho como si quisiera romper las costillas. Se obligó a mirar otra vez, a buscar diferencias, algo. Cualquier cosa que explicara aquello, pero no había nada.

El mismo mentón. La misma curva de los labios. Los mismos ojos.

—¿Quién es? —susurró.

Ahora entiendo, por eso el me trajo, por el parecido que tengo con esta persona…

Solo… incompleto.

Lina Casco

Hola, soy nueva en este mundo de escritores... Espero que la historia te esté gustando... :)

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