Prólogo
Las luces de la casa parpadeaban en rojo, eran las alarmas mágicas, los enemigos ya estaban adentro.
—¡Liana, toma a Maya y vete! —gritó Arvid desde la sala mientras su cuerpo se transformaba parcialmente, sus garras brotaron bajo su piel, mientras sus ojos se tornaron dorados.
Liana no respondió. Corrió escaleras arriba, tomó a su hija dormida, apenas de tres años, y la cubrió con una manta. Maya abrió los ojos asustada, aferrándose a su madre con fuerza, sin entender el miedo que se respiraba en el aire.
—Todo está bien, mi amor —susurró Liana, aunque sabía que era mentira.
Bajó con ella en brazos, cruzó el jardín trasero y subió al coche sin mirar atrás. El motor rugió. Detrás, los aullidos se alzaron, ya no había tiempo.
Veinte minutos después, frenó frente a una casa pequeña en las afueras de la ciudad, ya en el mundo humano, entonces golpeó con fuerza, desesperada.
—¡Alessio! ¡Ábreme, por favor!
La puerta se abrió. El rostro del hombre cambió por completo al verla: ensangrentada, con la mirada vacía y una niña dormida en brazos.
—¿Qué pasó?
—Nos atacaron, los del mundo de lobos… —Respiró hondo—. Arvid se quedó peleando. No sé si sobrevivirá. No puedo protegerla. Necesito que tú lo hagas, yo debo ayudarlo… Tal vez, aún podamos volver.
—¿Liana, de qué estás hablando?
—De Maya, de mi hija, ella no puede seguir con nosotros. La van a buscar. Si descubren que aún vive, no se detendrán. Necesito que la cuiden como si fuera suya. Que crezca creyendo que es humana. Que olvide lo que es.
—¿Quieres borrarle la memoria?
—Sí. Y sellar sus poderes.
Entró en la casa y colocó a Maya sobre el sofá. La niña suspiró, aún dormida. Liana se arrodilló junto a ella, le tomó la mano y cerró los ojos. Un leve resplandor azul envolvió sus dedos. La magia fluyó desde su pecho como una despedida amarga.
—Olvidarás todo. No sabrás quién eres hasta que el momento llegue —murmuró.
Una lágrima cayó en la frente de Maya justo cuando el hechizo se selló.
Se puso de pie y miró a sus amigos.
—Cuando despierte, cuando empiece a sentir que algo no encaja, no la frenen. No la llenen de miedo. Solo ámenla.
—¿Adónde vas? —preguntó Alessio.
—A buscar a Arvid. No puedo dejarlo.
—¡Liana, por favor! ¡Es un suicidio!
Pero ella ya estaba saliendo.
Maya fue registrada como huérfana. Creció en una ciudad común, con una vida común. Sin lujos, sin apellidos ilustres, sin respuestas, sin saber que en sus venas dormía el poder de un linaje antiguo: el de los Larsen.Pero la sangre... siempre encuentra el camino…Y cuando cumplió dieciséis, algo despertó. Primero fueron pesadillas: paisajes que nunca había visto, voces en un idioma olvidado. Luego, las visiones: rostros que la observaban desde espejos, sombras que se desvanecían al parpadear.
Y por último, la fuerza. Esa energía que vibraba en sus dedos cuando se enfadaba, cuando sentía miedo, cuando lloraba.El pasado la buscaba.
Podía seguir huyendo, pretendiendo ser quien no era.
O podía reclamar lo que le pertenecía por derecho: un legado forjado en sangre, magia y fuego.Y aunque tenía miedo, algo en su interior ya había elegido. El destino no siempre espera. Y Maya estaba lista.