Capítulo 1
Atada a un hombre lobo
—No vas a salir esta noche —gruñó Denzel al cerrar la puerta con un golpe seco.
Maya no respondió. Sabía que si hablaba, lo provocaría. Se quedó inmóvil, de pie en medio de la habitación, sintiendo el peso de su mirada en la espalda.—¿Me escuchaste? —insistió él, su voz más baja, pero más peligrosa.
—Sí —susurró.Denzel olía a alcohol y a sangre seca. Caminó hasta ella con pasos lentos, como si fuera dueño del lugar… y de su cuerpo.
—¿Por qué me mirás así? ¿Te creés mejor que yo ahora?
Ella negó con la cabeza, sin mirarlo.
—No… sólo estoy cansada.
—Cansada —repitió, burlándose—. Qué suerte que yo no tengo derecho a estarlo, ¿no? Tengo que cargar con este maldito clan mientras vos... te arrastrás como si fueras una mártir.Maya apretó los puños. Las palabras ya no dolían, pero la rabia crecía por dentro. ¿Cómo se había convertido en esto? ¿En una sombra dentro de su propia vida?
Esa noche, cuando él se durmió, ella se arrastró fuera de la cama. Tenía moretones en el vientre, un corte mal cerrado en el hombro y un golpe en la clavícula. Caminó en puntas de pie hasta el rincón donde escondía el cuchillo de plata.
Lo sacó con las manos temblorosas.
—Una sola puñalada… —murmuró para sí, apenas audible—. Es todo lo que necesito.
Lo sostuvo frente a ella. Podía ver su reflejo distorsionado: los ojos hinchados, la piel manchada. Ya no era la chica que llegó desde la ciudad, con una maleta llena de sueños. Ahora era otra cosa. Una mujer quebrada. Pero no vencida.
Los recuerdos la atacaron sin piedad.
—"Quiero que seas mi Luna" —le había dicho Denzel, tiempo atrás, con una sonrisa cálida y la voz temblando de emoción.
Ella había aceptado. Lo amaba. Era un hombre hermoso, educado, parecía noble.
Hasta que dejó de serlo.
Hasta que la obligó. Hasta que su primera vez fue una ceremonia sangrienta disfrazada de tradición.
—"Es nuestro vínculo, Maya. Para siempre. Hasta la muerte".
Y lo peor era que, en ese mundo, lo decían en serio. El hechizo del alma. El lazo de Luna y Alfa. Un contrato eterno.
—Me mentiste —susurró al cuchillo—. Dijiste que me amarías.
Un sonido en el pasillo la congeló. Guardó el cuchillo y se metió de nuevo en la cama justo a tiempo. Denzel solo estaba hablando dormido, algo sobre traiciones. Algo sobre guerra.
Maya tragó saliva.
No podía seguir esperando.
Al día siguiente, cuando él salió con los otros hombres del clan, Maya fue al bosque a buscar la antigua casa donde solía esconderse a leer. Pero alguien la alcanzó antes.
—¿A dónde piensas ir? —preguntó una mujer, la omega más hermosa del grupo.
Maya retrocedió un paso.
—A buscar plantas para mi herida —respondió sin convicción.
La mujer la observó, seria.
—¿Pensás huir?
Maya tragó saliva, sin saber qué responder.
—No puedo seguir así —admitió al fin, bajando la voz—. Él… me está matando.
La hermosa omega suspiró, y para su sorpresa, no la delató.
—Entonces prepárate bien. No falles. Si escapas, que sea para siempre. Porque si vuelve a encontrarte, no te dejará viva.
Maya se quedó helada.
—¿Tú también sabes lo que es, cómo es Denzel?
—Todos lo sabemos. Nadie hace nada. Él es un Alfa. Y tu, una humana.
Esa noche, cuando Denzel regresó, borracho otra vez, se lanzó sobre ella. Maya se defendió con fuerza por primera vez en años.
—¡Sueltame! —gritó, empujándolo con todas sus fuerzas—. ¡No sos un hombre, sos un monstruo!
Denzel le dio una bofetada brutal que la arrojó al suelo.
—No me hables así, perra. Soy tu esposo.
Ella escupió sangre.
—No por mucho tiempo.
Él rió, sin entender.
—¿Qué dijiste?
Maya se arrastró hasta el rincón, temblando, buscando el cuchillo. No estaba.
—¿Buscás esto? —preguntó él, levantándolo con la mano—. Pensaste que no me iba a dar cuenta. Que ibas a matarme, bueno, al menos a intentarlo.
Se acercó, alzando el arma.
—Pensé que te amaba —dijo Maya, sin moverse—. Pero ya no me queda amor, solo miedo, me defenderé.
—No eres nada sin mí —le escupió él.
Ella sonrió, con la boca rota.
—Prefiero ser nada que tu Luna.
Denzel apretó los dientes. El cuchillo tembló en su mano. Pero no la mató, en cambio, la encerró. La encadenó en la habitación durante tres días, yMaya supo que el tiempo se acababa. Que no habría otra oportunidad, el tercer día fue el peor. La oscuridad se había vuelto espesa, el aire en la habitación olía a encierro y desesperanza. Apenas podía moverse, encadenada a la pata de la cama con una argolla de plata que le quemaba la piel cada vez que intentaba acomodarse. El metal dejaba una marca nueva con cada intento de moverse, como si le recordara lo frágil que era su libertad.
Ya no lloraba.
No porque el dolor se hubiera ido, sino porque el llanto ya no le servía. Solo quedaba un hueco frío en el pecho, y una idea que se repetía como un latido: sal de aquí. Vive. Huye, la puerta se abrió con un chirrido seco. Denzel entró, más limpio, más sobrio. Pero sus ojos eran los mismos.
—¿Aprendiste la lección? —preguntó, su voz suave y falsa.
Ella no respondió.
Se arrodilló frente a ella. Le tomó el rostro con una mano. No fue violento, pero tampoco fue afectuoso. Era cálculo. Dominio.
—Si cooperas, no te haré daño —susurró.
Maya sostuvo su mirada. No tenía miedo. No ahora. Solo una quietud firme, peligrosa.
—No pienso ser tu Luna nunca más —dijo en voz baja, Denzel frunció el ceño. Se levantó. Caminó hacia la puerta, antes de salir, la miró sobre el hombro.
—Entonces morirás como una traidora.
La puerta se cerró.
Pero Maya ya tenía un plan.
Buscaría el momento exacto. Lo mataría si era necesario. Por fin entendía que no se trataba solo de huir. Se trataba de liberarse. De arrancarse ese vínculo maldito de la sangre, y esta vez, no se iría sola, se llevaría su historia. Se llevaría su verdad. Y con ella, encendería la chispa que haría arder a todo Lunareth si hacía falta.