Mi novio, Tomás Herrera, me prometió que en mi vigésimo cumpleaños celebraríamos el gran rito de emparejamiento bajo la luna llena, como dicta la tradición de las manadas. Pero esa noche, mientras el fuego ceremonial danzaba y la luna se alzaba sobre nuestras cabezas, Tomás se arrodilló… Pero no frente a mí, sino ante mi media hermana, Liliana Rojas. Con voz firme y mirada encendida, le pidió el vínculo de vida. Entre aplausos, cantos de bendición y el aullido del viento, yo quedé sola, inmóvil, convertida en el chiste trágico de la noche, con el corazón hecho trizas. Justo cuando sentía que me desmoronaba, Samuel Torres, Alfa de la Manada Obsidiana, dio un paso al frente y, con su presencia imponente y voz de trueno, declaró: —Hace años que te observo, Anya. Esta noche, bajo la luna, te reclamo como mi compañera. ¿Aceptas? Lo miré. En sus ojos brillaba una determinación que me confundía. Y, con el alma herida, pero buscando refugio, dije que sí. Durante cinco años, Samuel fue mi escudo y mi calma. Sabía cómo me gustaba el té de lavanda, el tono de luna que me serenaba, el rincón del bosque donde solía refugiarme cuando el mundo pesaba demasiado. Me protegía, me cuidaba, me amaba… o eso creía. Hasta que una noche, sin querer, escuché su conversación con su Beta. —Samuel, ahora que Liliana ya es la Luna de la Manada Rosa Blanca, ¿vas a seguir fingiendo con Anya? —No puedo tener a Liliana, así que qué más da… Mientras Anya esté a mi lado, ella no interferirá en la felicidad de Lily. Esa noche, entré a su estudio. La bóveda encantada estaba entreabierta. Dentro encontré colgantes hechos a mano con colmillos, cartas marcadas con la garra de Liliana, y su armadura de escamas de plata… Cada placa tenía un grabado: «Liliana, mi única luna. Mi lobo desgarrará el destino por ti.» «“Juro bajo la luna darte la felicidad que mereces, aunque deba pagar con mi alma.» «Si el universo no te la da, yo te arrebataré cada parte de tu dicha.» Cin
Leer más—Todavía estás… qué alivio… —Samuel murmuró con la voz tan ronca como lija contra piedra. Al verme, parecía haber perdido toda la fuerza en las patas.Liliana, al notar su reacción, dejó ver en sus ojos una chispa de cálculo. Se llevó una mano al vientre abultado, se acercó a Samuel con aire lastimero y voz temblorosa.—Samuel, ¡Anya me atacó! Solo quería saber por qué me odia, por qué me hizo daño… ¡pero me agredió sin más, sabiendo que estoy embarazada! —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras sollozaba:—Mírame, Samuel… ¡hasta así me trata! Y yo con cachorro dentro…La miré en silencio, con la misma frialdad con la que había soportado tantas veces sus mentiras. Aquella sensación de ser traicionada, juzgada y rechazada volvió a apretarme el pecho… pero esta vez no me dejé llevar por la rabia.Inspiré hondo, y con la voz serena, solté:—Por favor, lárguense. Esta casa ya no los quiere.Samuel no la miró ni una sola vez. Sus ojos estaban clavados en los míos, con una mezcla de remo
Protegí con el cuerpo a los cachorros, moviéndome en silencio hacia la puerta.—Solo recuperé lo que era mío. Si cometiste errores, es justo que pagues por ellos —le dije con firmeza.Pero esas palabras parecieron clavarle una espina. Sus pupilas verticales se contrajeron llenas de odio.—¡Tú deberías estar muerta! ¡Si no fuera por ti, no estaría así!Apenas terminó de hablar, Liliana ya estaba frente a mí. Sus garras, tan afiladas como cuchillas, relucían con un brillo letal.No tuve tiempo de reaccionar. Me interpuse entre ella y los cachorros, y sentí cómo tres zarpazos profundos se hundían en mi hombro. La sangre brotó al instante, empapándome la blusa.—¡Basta! ¡No sigas! —grité, pero Liliana ya estaba completamente fuera de sí. En cuestión de segundos lanzó varios ataques más, cada uno más feroz que el anterior.Los pequeños gritaban de terror.—¡No le hagas daño a mi profesor! —rugió Diego.En ese instante, su cuerpo cambió. Aún siendo un niño, se transformó en lobo, un destello
Y un día, la red se inundó con noticias del cambio de heredero en la Manada Obsidiana. Samuel renunció a su derecho como Alfa y abandonó la manada.En uno de los artículos, aparecía una foto suya, solo, de pie frente al mar. Su figura se veía deshecha, como un lobo callejero al que nadie quiere.Me quedé mirando esa imagen mucho tiempo. No sentía rencor, tampoco alegría. Solo una calma extraña.¿Se arrepintió? Tal vez. Pero ¿y qué?Ya no era su cadena. Y mucho menos, su redención.—¡Profe! ¡Mi tío vino a verte otra vez! —La voz de Diego me sacó de mis pensamientos.Mateo le revolvió el cabello con cariño y me entregó una invitación sellada con el emblema de la Asamblea.—Es para ti —me dijo, con su sonrisa tranquila—. Es la invitación oficial para la competencia de Sanadores Principales.—Mateo, ya te lo dije… No voy a participar —respondí, conteniendo el suspiro que ya me quemaba en la garganta—. No quiero volver a eso. —¿Por qué insistes tanto? —le pregunté, con el fastidio deslizán
Después de colgar la llamada con mi amigo, no pude evitarlo. Encendí el celular y abrí las noticias relacionadas con Samuel y Liliana.Habían captado a Liliana saliendo de su casa, desmejorada, sin la habitual manada de lobos leales que antes la rodeaban como sombra.Su caída en desgracia, tras descubrirse que había falsificado su don, no solo la dejó en ruinas, también arrastró a su familia al desprestigio.Samuel...Las noticias decían que iba solo a la playa una y otra vez, como si buscara algo.Ya no quedaba nada del alfa respetado y querido que una vez fue. La manada lo despreciaba por su traición.Quienes antes lo admiraban por ser un lobo “fiel hasta el final”, ahora lo llamaban hipócrita, lo acusaban de haber perdido su “verdadero amor”.Y yo... solo podía pensar lo absurdo que era todo.Su "verdadero amor" jamás fui yo.Esperó hasta que me fui —muerta para él— para empezar a extrañar lo que perdió.—¿Profe, qué está viendo? —me preguntó Diego Mendoza, asomando su cabeza con cu
También había un audio… como una despedida. Una grabación que sonaba a última voluntad. En ella, revelaba el verdadero corazón de mi esposo. Cómo, desde hace tiempo, se inclinaba por otra mujer. Y cómo yo, al final, decidí ponerle fin a este matrimonio absurdo.La última frase de la voz en esa grabación era tranquila, pero rotunda: —Si este vínculo fue una farsa desde el inicio, entonces los libero a ambos… y me libero a mí también.Ese video, junto con el audio, desató una tormenta en las manadas de Obsidiana y Rosa Blanca. Las redes ardían. Nadie podía creer que la compañera del alfa Samuel hubiese desaparecido justo después de publicar todo eso.Pero para entonces, yo ya me encontraba en los límites del Bosque Oscuro.Allí construí una pequeña cabaña, una especie de refugio.Lejos de las grandes manadas del centro, sin familia, sin Sam. Solo yo.Una nueva vida.Me asenté como sanadora, y nada tenía que ver con la mujer que solía ser: la que vivía temerosa, atrapada en una jaula hec
Samuel se quedó paralizado. Un gruñido incrédulo y ronco se escapó de su garganta:—¡No... no puede ser! ¡Íbamos a celebrar su cumpleaños! ¿Cómo pudo pasarle algo así?Su beta bajó la mirada, su expresión era una mezcla de pena y preocupación.—Alfa… los tripulantes dijeron que tu pareja se llevó el yate sola. Parecía... muy decaída. Después de eso no supimos nada más de ella durante toda la noche.—¿Y luego? —Samuel apretó los dientes, el corazón latiéndole desbocado.—Luego, esa zona del mar fue golpeada por una tormenta y... un tsunami. Encontraron el yate a la deriva. Destrozado. Pero ya no había rastro de la señora Anya.—¡Mentira! —rugió Samuel, con la voz quebrada por el miedo—. ¡Ella jamás haría algo así sola! ¿Y por qué demonios nadie me llamó?El beta dudó, luego respondió con cuidado:—Alfa… los tripulantes intentaron contactarte toda la noche, pero… tu móvil estaba apagado.Samuel giró de golpe hacia su celular. La pantalla estaba completamente negra. Sus dedos temblorosos
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