Protegí con el cuerpo a los cachorros, moviéndome en silencio hacia la puerta.
—Solo recuperé lo que era mío. Si cometiste errores, es justo que pagues por ellos —le dije con firmeza.
Pero esas palabras parecieron clavarle una espina. Sus pupilas verticales se contrajeron llenas de odio.
—¡Tú deberías estar muerta! ¡Si no fuera por ti, no estaría así!
Apenas terminó de hablar, Liliana ya estaba frente a mí. Sus garras, tan afiladas como cuchillas, relucían con un brillo letal.
No tuve tiempo de reaccionar. Me interpuse entre ella y los cachorros, y sentí cómo tres zarpazos profundos se hundían en mi hombro. La sangre brotó al instante, empapándome la blusa.
—¡Basta! ¡No sigas! —grité, pero Liliana ya estaba completamente fuera de sí. En cuestión de segundos lanzó varios ataques más, cada uno más feroz que el anterior.
Los pequeños gritaban de terror.
—¡No le hagas daño a mi profesor! —rugió Diego.
En ese instante, su cuerpo cambió. Aún siendo un niño, se transformó en lobo, un destello