Sonreí, tan tranquila por fuera que nadie lo notaría, pero, por dentro, sentía que el corazón se me desgarraba en silencio.Samuel notó algo raro en mí, y se quedó mirándome por un instante, antes de ofrecerme una sonrisa algo torpe:—¿Y si nos vamos ya? Podemos dar una vuelta, despejarnos un poco…En el camino hacia el puerto, él comenzó a hablar sobre sus planes para el día siguiente:—Ya tengo todo listo para tu cumpleaños… y, si estás de acuerdo, después podríamos empezar a buscar un bebé… ¿te parece?Me quedé en silencio, observando las luces de la ciudad pasar por la ventana como destellos lejanos. No respondí.Apenas llegamos al muelle, su móvil sonó. Contestó con voz suave, cargada de afecto. Luego su ceño se frunció y su tono cambió, titubeante.Lo miré de reojo. Ya ni siquiera dolía.—Ve —le dije con calma—. Si es importante, atiéndelo.Vaciló.—Anya, yo…—Ve —lo interrumpí con una sonrisa leve—. Yo te esperaré en el yate.No hacía falta ver el nombre en la pantal
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