Y un día, la red se inundó con noticias del cambio de heredero en la Manada Obsidiana. Samuel renunció a su derecho como Alfa y abandonó la manada.
En uno de los artículos, aparecía una foto suya, solo, de pie frente al mar. Su figura se veía deshecha, como un lobo callejero al que nadie quiere.
Me quedé mirando esa imagen mucho tiempo. No sentía rencor, tampoco alegría. Solo una calma extraña.
¿Se arrepintió? Tal vez. Pero ¿y qué?
Ya no era su cadena. Y mucho menos, su redención.
—¡Profe! ¡Mi tío vino a verte otra vez! —La voz de Diego me sacó de mis pensamientos.
Mateo le revolvió el cabello con cariño y me entregó una invitación sellada con el emblema de la Asamblea.
—Es para ti —me dijo, con su sonrisa tranquila—. Es la invitación oficial para la competencia de Sanadores Principales.
—Mateo, ya te lo dije… No voy a participar —respondí, conteniendo el suspiro que ya me quemaba en la garganta—. No quiero volver a eso.
—¿Por qué insistes tanto? —le pregunté, con el fastidio deslizán