Samuel se quedó paralizado. Un gruñido incrédulo y ronco se escapó de su garganta:
—¡No... no puede ser! ¡Íbamos a celebrar su cumpleaños! ¿Cómo pudo pasarle algo así?
Su beta bajó la mirada, su expresión era una mezcla de pena y preocupación.
—Alfa… los tripulantes dijeron que tu pareja se llevó el yate sola. Parecía... muy decaída. Después de eso no supimos nada más de ella durante toda la noche.
—¿Y luego? —Samuel apretó los dientes, el corazón latiéndole desbocado.
—Luego, esa zona del mar fue golpeada por una tormenta y... un tsunami. Encontraron el yate a la deriva. Destrozado. Pero ya no había rastro de la señora Anya.
—¡Mentira! —rugió Samuel, con la voz quebrada por el miedo—. ¡Ella jamás haría algo así sola! ¿Y por qué demonios nadie me llamó?
El beta dudó, luego respondió con cuidado:
—Alfa… los tripulantes intentaron contactarte toda la noche, pero… tu móvil estaba apagado.
Samuel giró de golpe hacia su celular. La pantalla estaba completamente negra. Sus dedos temblorosos