Sentí cómo mi propia voz se alejaba de mí mientras hablaba, como si las palabras no salieran de mi boca sino de un rincón desconocido de mi mente.
—Agradezco su propuesta… pero no puedo aceptarla.
Incluso a mis propios oídos soné ajena, desdibujada, como si estuviera viendo la escena desde fuera de mi cuerpo.
Pero nada logró suavizar la reacción de Azkarion.
Él me miró como si acabara de cometer una traición irreparable.
Su expresión era pétrea, dura como una montaña ennegrecida por siglos de tormentas.
Su mirada, esa mezcla imposible de fuego y hielo, se clavó en mis ojos con un peso tan brutal que me costó respirar. Y no supe qué emoción encontré en él. ¿Decepción? ¿Rabia? ¿Las dos… o algo peor? Algo que daba la impresión de estar contenida con un esfuerzo casi inhumano.
—¿Por qué no? —preguntó con esa voz grave que siempre me tensaba—. ¿Quieres más dinero?
Negué con demasiada rapidez, casi como si ese simple gesto pudiera protegerme. O como si temiera provocar una tormenta aún mayo