Sentí un impulso salvaje, recorrerme el cuerpo, como si algo ajeno a mí quisiera tomar el control. Él me sostuvo del brazo con una firmeza que quemaba, guiándome hasta la cama, casi sin darme tiempo a pensar.
Apenas mis piernas tocaron el borde del colchón, caímos sobre él.
Su peso, su respiración, el olor tibio de su piel… todo me envolvió de una manera que me hizo perder el aliento.
Las manos de Azkarion se deslizaron por mi cintura con un hambre que no sabía si interpretar como deseo o amenaza.
Sus dedos subían y bajaban como si buscaran memorizar cada línea de mi cuerpo. Por un instante me quedé inmóvil, hipnotizada, congelada entre el miedo y algo que no quería analizar.
Hasta que reaccioné. Lo empujé con todas mis fuerzas.
No se movió. Ni un centímetro.
Ese detalle me aterrorizó más que todo lo anterior.
No importaba cuánto lo intentara, era como empujar una estatua hecha de hierro caliente.
Volví a intentarlo, esta vez con un temblor desesperado en mis brazos.
Y entonces, sin e