Capítulo: Renuncio

Abrí los ojos lentamente, como si mis párpados pesaran toneladas.

Por un segundo no supe dónde estaba. Solo vi una luz blanca, demasiado blanca, casi hiriente. Ese color me hizo sentir frío de inmediato, un frío que se me metió por la piel, que me apretó el pecho y me recordó que no estaba en casa.

Parpadeé varias veces hasta que las formas se hicieron más claras. Una cama rígida. Una sábana áspera.

Materia desinfectante impregnando el aire. Hospital.

Estaba recostada con una bata celeste que dejaba mis brazos expuestos. Me sentía vulnerable. Tan frágil. Como si cualquier cosa pudiera quebrarme de nuevo. Vi mi mano vendada.

Y entonces lo vi.

Azkarion D’Argent estaba de pie, apoyado contra el marco de la ventana.

Su figura alta proyectaba una sombra alargada que contrastaba con la claridad blanca del cuarto.

Por un instante pensé que estaba imaginándolo, que quizás el trauma me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Estaba ahí. Inmóvil. Silencioso. Como una estatua esculpida en piedra oscura.

—¿Jefe? —mi voz fue un susurro débil, rasposo, casi irreconocible.

Él giró lentamente. Sus ojos se encontraron con los míos.

Esa mirada intensa, penetrante, me recorrió como una hoja fría de metal. No podía creer que estuviera ahí, en un hospital, acompañándome.

Me ardía la cabeza y me sentía extraña, como si mi mente todavía estuviera atrapada en el eco del horror de la noche anterior.

Azkarion me observó en silencio unos segundos.

Vi el cansancio en su rostro. Las ojeras marcadas. La tensión en su mandíbula.

Y sobre todo, sus manos. Sus nudillos estaban lastimados, enrojecidos, con la piel partida. Parecía que había golpeado algo con toda la fuerza del mundo. O a alguien.

—¿Cómo te sientes? —preguntó con esa voz baja que nunca lograba descifrar.

—Yo… ayer… —intenté hablar, pero las palabras no salieron. Era como si mi garganta se cerrara con cada intento.

Y entonces lo recordé todo. Cada detalle. Cada segundo.

Sentí que el aire me abandonaba de golpe. Me incorporé apenas, llevándome la mano a la boca. Un sollozo se escapó sin permiso.

—¡Dios mío…! ¿Qué hice?

Azkarion exhaló lentamente, como si hubiera esperado esa pregunta.

—Lo que pasó ayer… no debió pasar —dijo, sin suavizar el tono—. Pero lo hecho está hecho. ¿Sabes lo que hiciste, Verena?

Me quedé helada. La piel se me erizó. Mi respiración tembló. Asentí con la cabeza despacio, sintiendo un nudo en la garganta.

—Yo… lo hice, sí… —tragué saliva—. ¿Lo maté?

Él desvió la mirada por un momento, como si buscara las palabras exactas. Luego suspiró.

—No está muerto. Pero creo que lo prefiere. Está grave. Van a intentar salvar su… —se detuvo y su expresión se endureció—. Quizás no lo salven. En resumen, lo vas a convertir en un eunuco.

Sentí que el corazón me daba un vuelco violento.

Me faltó el aire. Me quedé mirando mis manos, como si todavía sostuvieran el trozo de vidrio.

—Él… él intentó dañarme —murmuré con un hilo de voz—. Yo solo… necesitaba defenderme…

—Está bien —me interrumpió con frialdad—. No te justifiques. Lo hecho está hecho.

Ese tono… esa distancia. Por un momento me pregunté si este hombre tenía sangre en las venas o hielo.

¿Nada le afectaba? ¿Nada le importaba realmente?

 No lo sabía. Y en ese instante, tampoco me importó.

Mis lágrimas comenzaron a caer, silenciosas, ardientes.

No supe si lloraba por lo que hice, por lo que casi me hicieron, o por la forma en que mi vida acababa de fracturarse en pedazos.

La puerta se abrió sin aviso.

El doctor entró con una carpeta en mano. Su expresión era profesional, neutra, ajena a mis emociones.

—Estás bien, Verena Hills —dijo revisando unos papeles—. Ya firmé tu alta. Y tu jefe pagó la cuenta. Puedes irte hoy mismo.

Asentí sin hablar. Miré a Azkarion, buscando algo en su rostro. No sabía qué. Quizás un mínimo gesto de empatía. Algo humano.

El doctor salió.

Mire a mi jefe. Él se acomodó el saco y dijo con naturalidad mortal:

—Voy a pagarle una buena indemnización a Alexander Merchant por lo que hiciste. Ahora calma… y vuelve a casa.

Sus palabras fueron un golpe seco en mi pecho. Como si todo se redujera a dinero. A trámites. A silencio.

Me levanté despacio de la cama, sintiendo las piernas inestables. Lo miré directo a los ojos, aunque el corazón me temblaba.

—Renuncio.

Mi voz sonó firme, tan firme que incluso yo quedé sorprendida. Era como si otra versión de mí hubiera hablado.

Fue la primera vez que vi a Azkarion D’Argent realmente sorprendido. Su ceño se alzó apenas.

—¿Qué dijiste?

—Renuncio, señor D’Argent —repetí, sosteniendo su mirada—. Quiero mi liquidación. Y confiaré en que usted pagará la indemnización al señor Merchant. Después de todo… usted me llevó a ese lugar riesgoso. ¿Bien?

La habitación quedó en silencio. Él no dijo nada. Pero su falta de objeción fue suficiente para mí.

Me dirigí al baño del cuarto. Cerré la puerta, me apoyé unos segundos contra ella y respiré hondo.

Mi cuerpo todavía temblaba. Me sentía mareada.

Como si todo fuera una pesadilla demasiado larga.

Me vestí con rapidez, con torpeza. La ropa civil se sentía más pesada que la bata. Más real. Más dolorosa.

Cuando salí, Azkarion ya no estaba.

En la mesa había un cheque doblado y una nota escrita con su caligrafía impecable.

“Es tu liquidación.”

Lo abrí. Casi un millón de euros.

Un millón… que jamás podría comprar mis noches de paz. Un millón que no borraría lo que viví.

Un millón que para él no debía significar nada, pero para mí… significaba la posibilidad de salvar la vida de mi hermana enferma.

Significaba seguir adelante. Significaba respirar.

Suspiré, apretando el cheque entre mis dedos.

Salí del cuarto sin mirar atrás. Caminé por el pasillo sintiendo que cada paso me alejaba de una parte rota de mí, aunque sabía que esa herida no sanaría fácilmente.

Me repetí que conseguiría un nuevo trabajo. Que iba a estar bien. Que tenía que estar bien.

Pero en cuanto crucé las puertas del hospital, el aire helado de la calle me golpeó y un escalofrío profundo me recorrió la espalda.

Sentí que alguien me seguía.

El simple pensamiento me heló la sangre. Mis manos sudaron. Mi corazón volvió a acelerar como anoche.

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