Cecilia sintió cómo el aire del comedor se volvía pesado, casi imposible de respirar. Todas las miradas convergían en ella. Cada par de ojos la escrutaba con atención, pero la que más le pesaba era la de Liam. A diferencia de antes, no hizo el menor intento por defenderla. Se mantuvo inmóvil, sereno, con un interés calculador que resultaba tan amenazante como la hostilidad de Rayner.
Ese cambio en su actitud la desconcertó. En un principio había creído que Liam representaba un obstáculo entre ella y la furia de Rayner, pero ahora comprendía que él mismo era un enigma que debía temer. Su silencio no era neutralidad, era una declaración silenciosa: quería ver qué haría ella, cómo reaccionaría. Y, lo peor de todo, parecía disfrutar de la presión a la que la estaba sometiendo.
Cecilia sintió un sudor frío resbalarle por la nuca, oculto bajo la máscara. El instinto le gritaba que corriese, que se alejara de aquel lugar donde todo podía venirse abajo en un segundo. Pero huir habría sido una